Otras naves, otros naufragios: La de Hitchcock

 

9/ El bote de ‘Náufragos’

Firma invitada: Benjamingrullo

La barca de la que escribo no tiene nombre y carece de majestuosidad; nunca veremos su proa luciendo un nombre orgulloso cortando el agua de forma épica, es sólo un modesto bote salvavidas anónimo perdido en mitad de la nada. De hecho, durante toda la película, apenas vemos la barca al completo, salvo un par de veces, unos segundos tras una tormenta, y borrosa entre la niebla en la onírica secuencia inicial que nos da toda la información que necesitamos para entender que en plena II Guerra Mundial se acaba de producir un doble naufragio. En el resto de la película la cámara no sale de dentro de la barca. Esta barca no tendrá nombre, ni casi presencia, pero constituye un espacio psicológico fascinante en el que Hitchcock juega con sus cobayas. Un espacio que, todavía, 70 años después, nos provoca reflexiones útiles sobre lo vulnerables que son las democracias que producen unos ciudadanos pusilánimes, incapaces de defenderse porque han olvidado el precio que alguna vez otros pagaron por su bienestar.

Los pasajeros de este bote nos son presentados recogiendo toda una serie de objetos perfectamente inútiles para sobrevivir tras un naufragio: unos billetes que flotan, una raqueta de tenis o una mecedora. Es así como Hitchcock nos presenta a la colección de tontos con quienes nos tenemos que identificar. Son siete personajes fuera de su medio, tan incongruentes en un bote salvavidas como Constance, una mujer fatal que es periodista de moda, cuyo primer gesto que vemos es su preocupación por una carrera en la media, o como John, un jefe de máquinas proletario y simpatizante comunista, o Alice una preciosa enfermera del ejercito con alma de ONG, Stanley, un gris operador de radio con un carácter y una determinación tales que bien podría pasar por Pachi López o Mariano Rajoy. O Rittenhouse un industrial millonario, junto con Gus, un marinero con una pierna herida,  y un camarero negro muy religioso con una fe empalagosa que aparece casi siempre encuadrado en solitario, como si fuera del PP. Siete personajes que son un microcosmos de la cómoda sociedad de consumo que les ha producido.

Y entonces llega Willy, el octavo pasajero. La película realmente empieza cuando el último náufrago sube a la barca y lo agradece con un “Danke sen” (dankeschön). Ellos no lo saben, pero es el capitán del mismo submarino que les ha hundido, y que también ha sido hundido como nos anunciaba el cadáver de un marino con el U- 78 Deutsches Reich marcado en su chaleco salvavidas. Y digo que es “el octavo pasajero” porque la mujer con su hijo muerto, que inmediatamente desaparecen en el mar, tienen la función de contrastar la frivolidad inicial de los otros 7 supervivientes para avisarnos de que esto no es ninguna broma. Años después Alien copió este mismo planteamiento tan cerebral de encerrar en un espacio muy limitado, del que no pueden salir sin morir, a 7 personas con un monstruo. Más o menos, como la magnífica Balsa de Pi.

En cuanto Willy aparece en la barca lo primero que hacen nuestros inútiles es debatir sobre si hay que aceptarle en el bote o no.

“Yo, por mi parte, me atengo a lo que decida la mayoría. Ése es el sistema americano. Pero si maltratamos a este hombre incurriremos en los mismos defectos que criticamos. En cambio, si le tratamos con amabilidad y respeto podemos acabar ganándole para nuestra causa. Es el sistema cristiano.”

Y la enfermera añade su opinión sobre la guerra:

“-No entiendo nada en absoluto. No entiendo la gente que se pelea, que se matan entre sí, no consigo entenderlo.

– ¿Y qué hace entonces con un uniforme?

-Hago lo único que puedo hacer: trato de aliviar las heridas del combate.”

¿Reconocen el virus? Exhibición pornográfica de buenismo elemental y eslóganes idealistas sin el menor atisbo de realidad… los elementos que caracterizan al progresismo y que van a compartir bote con Willy, la personificación del fanatismo.

Enseguida nos damos cuenta de que están cometiendo una ingenuidad, porque desde el primer momento Hitchcock pone a la audiencia en una posición de superioridad con respecto a los siete protagonistas y no deja lugar a dudas de las intenciones de Willy. Nos da información que ellos desconocen, Willy bosteza mientras observa a los demás forcejeando para impedír que la mujer cuyo niño ha muerto se lance al mar. También nos hace saber que Willy conspira, que entiende perfectamente inglés aunque pretenda lo contrario, que tiene una brújula escondida y que observa a sus compañeros de viaje como lo haría una serpiente, midiéndolos para zampárselos.

Siete americanos inconscientes enfrentados al estereotipo de alemán con mentalidad germana fría, calculadora y fanatizada. Unos tipos normales y corrientes, con aspiraciones vulgares y corrientes, unos tipos como todos, que se encuentran en un espacio cerrado con un tipo con determinación, que sabe perfectamente lo que quiere, que tiene un rumbo y sabe cómo lograr su objetivo mientras ellos viven a la deriva sin más rumbo definido que un cómodon materialismo. Unos demócratas ingobernables conviviendo con un fanático, ¿les suena? Unos tipos incapaces de entender la naturaleza del fanatismo, que lo analizan todo desde sus premisas vulgares de cálculo materialista frente a un tipo dirigido por una causa mayor, porque Willy es un robot programado decidido a continuar la guerra en el bote, sin ninguna consideración hacia los inconscientes que le han rescatado que ni tan siquiera le registran o se plantean atarle.

Esta barca bien podría ser una metáfora del Páis Vasco o la Europa actual, donde también hay una serie de lelos con preocupaciones mediocres y cortoplacistas, que son incapaces de ponerse de acuerdo para unirse y vencer a un enemigo resuelto que persigue un objetivo claro.

Estos siete seres carecen de ningún sentido de la realidad y van a tener que aprenderlo. Inconscientes de que se está produciendo un enfrentamiento a vida o muerte por la supervivencia. Incluso se creen que pueden utilizar a Willy para conseguir sus propios objetivos y que les ayude a marcar el rumbo. Ya ven, unos tontos del Tinell, que ignoran que Willy -¡qué se creían!- les lleva engañados hacia su objetivo: su cita con un barco alemán de aprovisionamiento.

Poco a poco mientras los demás discuten de baseball, se pelean por el dinero durante una partida de póquer o viven unas convencionales historias de amor, Willy se va haciendo dueño y señor del grupo. El hombre con una convicción domina al grupo que no la tiene y se convierte en jefe. Todos terminan a sus pies. Tanto que el millonario sumiso le toca canciones con la flauta para que el alemán las cante. Fotografiado como un perro solícito a los deseos de su amo, cual oscarmatute apañol. Todos resignados a ingresar en un campo de concentración convencidos por Willy de que “éjta-es-la-júnica solukción-lóggggica” (léase con acento aleman).

El propósito de la película es hacer ver a un grupo de progres en qué consiste esto de la realidad. No es una empresa pequeña, nada está más alejado de la comprensión del progre que la naturaleza de la realidad, que nuestra existencia es física y estamos sujetos a sus reglas. No somos cabecitas con alas. Nuestra cabeza está unida a un cuerpo que necesita comer y beber, y no puede ir suelta por ahí inventando argumentos idílicos que niegan esta verdad elemental. Porque entonces se convierte en un globo absurdo que, tarde o temprano, se pincha y puede llevar al desastre a quienes han pensado contra sí mismos. La barca no tiene nombre, pero bien podía llamarse Realidad.

Para conseguir que entiendan la realidad, Hitchcock no tiene piedad con sus personajes, ni con su audiencia. En este sentido es significativo el striptease materialista que le hace realizar a la periodista Constance Porter, el personaje cuya evolución estructura la película. Esta mujer va perdiendo, uno a unos, todos sus objetos más preciados: su cámara de cine llena de imágenes del naufragio “con primeros planos de gentes ahogándose y saltando por los aires”, su abrigo de piel, su máquina de escribir, su maleta y finalmente, para demostrar que ha entendido en qué consiste esto de la supervivencia, tendrá que utilizar su pulsera de diamantes como cebo para la pesca.

Sin duda Hitchcock es un sádico que somete a sus criaturas a una situación extrema de hambre, sed, envidias, paranoias y muerte. Retrata a Hitchcock y es a la vez toda una lección para cualquier guionista, cómo sube la carga emocional de una pierna gangrenada. Si cortarle una pierna a alguien ya es suficiente faena, Hitchcock hace que se la corten a un bailarín, y, más todavía, a un bailarín que sólo baila porque está perdidamente enamorado de una mujer para quien bailar es su vida y si le cortan la pierna perderá también a la mujer, y su vida. Hitchcock exprime los recursos y también utiliza la amputación de la pierna para demostrar la frialdad inhumana de Willy que primero se presta a amputar la pierna y salvar a Gus y que luego no duda en empujarlo por la borda.

Hasta que nuestros ciudadanos acomodados no descubren cómo es realmente Willy, que ha ocultado una botella de agua que ha estado bebiendo a escondidas y que dejó morir ahogado a Gus – ellos no saben que directamente lo empujó por la borda – no son capaces de reaccionar. Hitchcock no nos deja claro si reaccionan a lo que ellos creen un homicidio por omisión de Gus o a que Willy no haya compartido su agua. Pero entonces se rebelan, y lo hacen de forma irracional y desmedida. Se convierten en una jauría. Encabezados por la enfermera nacida para hacer el bien atacan a Willy, todos. El millonario busca desesperado un arma y se decide por un zapato. Sólo el negro no interviene e intenta detener a la enfermera. No se trata de una acción en defensa propia, Hitchcock no deja lugar a dudas sobre ello, es un asesinato gratuito fruto de la pasión irracional, un linchamiento. Podían haber reducido y atado a Willy pero nuestros socialdemócratas buenistas se han convertido en unos escracheadores resentidos que necesitan matar.

Tras calmarse se produce otra línea de diálogo reveladora:

“Creo que me moriré sin haber entendido a Willy ni lo que hizo. Primero trató de matarnos a todos con sus torpedos. Sin embargo, nosotros le rescatamos del mar y le acogimos a bordo. Compartíamos con él todo lo que teníamos. Todo el mundo pensaría que estaba agradecido, pero lo único que se le ocurre es conspirar contra nosotros. Luego dejó morir de sed al pobre Gus. ¿Qué se puede hacer con gente así?” Y añade: “Quizá uno de nosotros debería tratar de remar, pero ¿hacia dónde, y para qué?”.

Finalmente, en cuanto son conscientes de que van a ser rescatados, Constance regresa a su mundo de apariencias y reclama su maquillaje. Parece que no han aprendido nada. Entonces, mientras esperan al buque aliado que viene a su rescate, el fanatismo regresa en forma de un joven náufrago alemán. Otra vez, ni siquiera le cachean. Lleva una pistola y les amenaza. Reaccionan pronto y se la arrebatan. No lo tiran al agua, siguen siendo buenos, pero ya no tan ingenuotes. Al menos han aprendido a defenderse.