Vuelven los rombos

Hubo un tiempo, allá por los años 60, en que la televisión tenía, o eso creían sus regidores, una función moral, que es como se llamaba en el franquismo,  a lo que en los gobiernos progresistas se llama ingeniería social. Que trataban de inducir conductas, vamos. Para eso estaban la familia Telerín y los rombos. Los primeros cantaban a los niños el «Vamos a la cama» y los segundos explicaban lo que se podía ver y lo que no. Un rombo, para mayores de 14; dos rombos, mayores de 18.

Tengo entendido que en 1969, cuando Fraga recibió la visita del motorista, que era el ángel exterminador de Franco para destituir a sus ministros, y fue sustituido por Alfredo Sánchez Bella en el Ministerio de Información y Turismo, el nuevo hizo una visita  a RTVE y preguntó por qué no había una capilla. Le explicaron que no era necesaria, que los domingos no quedaba apenas personal que pudiera oír misa, pero el ministro insistió: Ya, pero a veces hay que rodar escenas en las que los actores y las actrices están ligeros de ropa y sería conveniente que antes, hubiera una capilla en la que fortalecerse espiritualmente. Así me lo contaron y también me especificaron que a partir de entonces, uno de los estudios fue dedicado a capilla.

Los telerines y los rombos eran en aquellos tiempos los guardianes de la moralidad familiar. Uno de los clásicos de la historia de la tele, Historias para no dormir, de Ibáñez Serrador, tenía dos rombos, al igual que su ‘Historias de la frivolidad’, o Elliot Ness y los intocables, no les digo más. ‘Dos rombos’ llamó Ibáñez Serrador su programa de sexo que presentaba Lorena Berdún, una mujer que humanizó el sexo televisivo. Su primera producción sobre el tema se había titulado: ‘Hablemos de sexo’ y lo presentaba con un pulcritud incompatible con el tema, la doctora Elena Ochoa, que era, cómo diría yo, otro concepto. Ochoa era un Kelvinator cuatro estrellas capaz de enfriar cualquier concepto, con sólo pronunciarlo con su aire de buena chica educada en colegio de monjas.

No era, con todo un programa para ver en familia y sé de qué hablo. En el verano de 1989 visité a mis padres. Mi madre se fue a acostar poco después de la cena y nos quedamos mi padre y yo con la tele puesta, cuando empezó ‘Hablemos de sexo’. Según me contó después mi hermana nuestro padre no se lo perdía una semana, pero aquel día flotaba una cierta tensión en el ambiente, pese a que yo cumplía aquel verano los 39, recién salido de un naufragio matrimonial. Pero mi padre acusaba un tabú al ver aquello con su hijo. En un momento dado, una espectadora de entre el público: «Doctora Ochoa, ¿tragarse el semen del compañero es malo?» Aquello fue demasiado para mi progenitor A. Mientras la directora del programa iba desgranando los porcentajes de la composición química del semen: tanto de agua, tanto de aminoácidos, trazas de lípidos, etc. mi padre se levantó y se encaminó hacia la puerta mientras musitaba: «La madre que las parió. Qué marranas son. Me voy a la cama».

Unos años más tarde, Mercedes Milá,  fue contratada para dar la conferencia de clausura del Master de Periodismo de El Correo en 2007. Allí, ante los alumnos, los profesores y la cúpula de Vocento, Milá explicó lo malo que era fumar y la grandeza del experimento sociológico que ella conducía y conduce bajo el título de ‘Gran Hermano’. Contaba que en la casa tenían lugar lances y romances entre concursantes y concursantes y que, a pesar de que el ojo del Gran Hermano todo lo ve, las cámaras no lo mostraban todo: «no hace falta que se vea cómo la mete», dijo textualmente y a los directivos de la empresa y a mí mismo nos entró la tentación de fuga de mi padre.

Y ahora parece que que el Gobierno quiere volver a los rombos, qué genial idea en los tiempos de la telebasura. No está mal como aviso para los padres. Dos rombos señalarán a los padres la conveniencia de dejar dejar solos a los niños con la tele. A las niñas de 16 se les ha acostumbrado a comprar la píldora del día siguiente sin receta y hubo un Gobierno que les ofreció aborto libre, gratuito y con coartada: no se lo diremos a papá. Los dos rombos como icono disuasorio para adolescentes que no hayan cumplido los 18. Tal vez haya que poner después el video de la familia Telerín, para que nadie se llame a engaño y los padres sepan estar a la altura.

A ver si se enteran de que el único programa de dos rombos realmente existente en las parrillas son los telediarios.