Alteridad de la rosa

Señor Feijóo: explique lo suyo con Koldo y Ábalos

Si hubiera que definir la característica esencial del socialismo español en esta hora decadente habría que apuntar a la alteridad, la condición de ser otro, tal como la explica la RAE. Este comportamiento que se articula con la mentira como herramienta encaja a la perfección en lo que Goebbels acuñó como ‘transposición’, el tercero de sus once principios de la propaganda, que consistía en cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan. Yo prefiero el concepto de alteridad porque tiene implícita la culpa. Sabiendo como son, ¿cómo no iban a desear ser otros?

Fue Pedro Sánchez el primero. Recordemos que el más indecente de los políticos españoles le negó la decencia a Mariano Rajoy en aquel célebre debate electoral y que habiendo plagiado su tesis doctoral exaltaba la virtud que en Alemania obligaba a dimitir a los ministros que habían plagiado sus tesis (los titulares de Defensa y de Educación). Desde entonces ha sido el no parar. Levantaron una moción de censura apoyándola en una sentencia de José Ricardo de Prada que incluyó graciosamente dos morcillas acusatorias contra el PP que no venían a cuento y que el Supremo anuló.

La moción por la decencia fue presentada en el Congreso por José Luis Ábalos, el mismo que seis años más tarde era arrojado a las tinieblas exteriores del Grupo Mixto por la trama de las mascarillas, una bola que está creciendo  y que no sabemos cuántas víctimas se cobrará y de qué nivel, pero de momento se ha aplicado el sanchismo a despejar la culpa y endosársela al PP. El protagonista principal, Ábalos, tiraba de sarcasmo  con Alsina al denunciar la falta de rigor de una diputada del PP que denunciaba a la gente que “en plena pandemia se aprovechaba para sacar provecho (sic). Yo no sé qué le habrá hecho la presidenta de la Comunidad de Madrid a esta diputada del PP”.

Cerdán, el descubridor de Koldo que le presentó a Ábalos, preguntaba por la identidad de Alberto y por la reunión de Miguel Tellado con Koldo, un regalo envenenado que el aizkolari dejó para sus escuchas en una conversación telefónica intervenida, pero con una cita que estaba desmentida por los agentes de la UCO que lo seguían 24 horas al día. La implicación en el lío de la mujer de Sánchez y los comentarios del PP sobre el asunto llevaron a la vicepresidenta segunda y número 2 del PSOE a decir que hay determinados ámbitos (el familiar) “que deberíamos de (sic) preservar y dejar fuera del rifirrafe político”, lo que no le impedía decir a continuación apuntar al hermano de Ayuso, porque en Madrid “hubo un enriquecimiento ilícito por parte de una persona”.

Hubo muchos más. Patxi López, Simancas, que 20 años después de estrellarse contra Esperanza Aguirre, sigue en las mismas, pero nadie como mi paisana, la portavoz Empoderada de Modúbar, Esther Peña, que estableció una verdad inapelable: “El PP es rehén de Puigdemont”. Ah, si el PSOE de los viejos tiempos, el de Felipe González, hubiera conocido estas mañas para tratar adecuadamente el caso GAL y acusar a José María Aznar de su relación con Amedo y Domínguez y de haberse privatizado los fondos reservados para comprarse el Melocotonar de Mequinenza, bonita finca, preciosa aliteración.