Un rumor inquietante

Aclarada ya la cuestión de que el presidente del Gobierno hizo una descripción inadecuada de los hechos por vía del desparrame literario (empleo de la engorrosa e imprecisa perífrasis «lo que se planteó ayer y se acordó fue una apertura de una línea de crédito para nuestro sistema financiero, una línea de crédito europea con el objetivo de recuperar la solvencia de las entidades financieras españolas que lo requieran y de conseguir el crédito» para evitar la sencilla locución ‘rescate bancario’) y eso había quedado claro ayer.

Rajoy parece haber heredado una de las mañas más recurrentes de Zp para ignorar la realidad económica: la de hacer augurios optimistas condenados fatalmente a ser desmentidos por los hechos. Al verse cogido entre sus palabras y la evidencia, explicaba que sus declaraciones trataban de producir efectos positivos en la economía, que arreglados estaríamos si el presidente pronosticaba desastres.

Esta simpleza fue jaleada entonces por quienes hoy aciertan afeándosela a Rajoy. Se trata de una insuficiente comprensión de lo que los estudiantes de Economía de mi plan estudiábamos bajo el nombre de ‘Teoría de las expectativas autorrealizables’ y que viene a decir aproximadamente (no me apetece ponerme a buscarlo) que

las expectativas que sobre los acontecimientos de futuro tienen los agentes económicos, contribuyen a que esos acontecimientos se produzcan.

Pongamos un ejemplo: si los empresarios piensan que va a haber crisis, tomarán medidas para protegerse: desinversiones, dejarán de contratar mano de obra, de pedir créditos, etc. contribuyendo así a que se produzca la crisis. El error de Zapatero, como ahora el de  Rajoy es la creencia de que su palabra puede derrotar a la realidad y que tienen el poder de modificar las expectativas de los agentes económicos. Los empresarios confían más en los datos que reciben en tiempo real de la Bolsa de Nueva York y Tokio, los informes del FMI y del Banco Mundial que en voluntarismos presidenciales. Cuando insisten en este vicio sólo sirve para que su imagen externa se devalúe, nunca para dar la vuelta a los hechos.

Pero hay algo que me asombra en la contribución de Alfredo Pérez Rubalcaba, según la breve y jugosa crónica que Rosalía Sánchez, corresponsal de El Mundo en Berlín transmitía a primera hora de la tarde de ayer. El jefe de la oposición no opone al voluntarismo presidencial los hechos, sino ¡los rumores! Rumores inquietantes, además. Solía decir el gran Umbral en una de sus cínicas impostaciones: «Yo no doy nunca noticias. Extiendo rumores, que es mucho más efectivo». Rubalcaba, tal como dice Rosalía Sánchez aterrizó en Berlín con la encuesta hecha:

«Cuando apenas llevaba una hora en Alemania, Alfredo Pérez Rubalcaba ya había podido constatar que «Rajoy no ha convencido en Berlín».»

Hay precedentes. A primeros de diciembre de 1997, el Tribunal Supremo dictó una sentencia condenatoria cntra los dirigentes de Herri Batasuna por haber prestado su espacio electoral a ETA. El joven Javier Madrazo, que a la hora de hacerse pública la sentencia se encontraba regalando condones y jeringuillas a los viandantes porque era el día de la lucha contra el sida, estaba haciendo declaraciones sobre la misma, 137 folios, ¡cincuenta minutos! después de su publicación. Rubalcaba explicó lo suyo con estas palabras:

«Ojo a los rumores inquietantes que llegan desde Bruselas. «Se habla de pensiones, de IVA, de recortes sociales… esto es lo que no puede ser»

No sólo rumores, sino rumores inquietantes. Aún a riesgo de que los remeros pretridentinos se sientan provocados, me permitirán decir que ojalá se tratara de ‘Un burdo rumor’, pero no, son hechos. El jefe de la oposición esparce rumores, en lugar de enfrentar al Gobierno con la verdad, como sería su obligación, pero ese es un territorio ignoto para el jefe de la oposición. En realidad, él es en sí mismo un rumor inquietante.