Los otros malos/ 3. El mimetismo inteligente

Benjamín Grullo 

Nos explicamos con monstruos y el zombi retrata nuestro mimetismo idiota. Todos recordaremos ejemplos en los que, como ellos, hemos sido idiotas por copiones, porque todos tenemos algo de réplicas, mucho.* Los hombres parecen tener una inclinación natural a copiarse. La copia es una parte importante de nuestro carácter. De pequeños sólo se nos castiga por copiar en los exámenes mientras, una y otra vez, se nos premia por copiar los patrones de sumisión de la sociedad. La copia nos asegura la aceptación y la aceptación la pertenencia al grupo, o sea la supervivencia. Copiamos para integrarnos, y esa inercia es muy difícil de vencer.

A todos nos ha ocurrido que, al llegar a un peaje de autopista, nos hemos puesto en la cola más larga cuando las demás estaban abiertas y vacías. Hay un momento de consciencia en el que vemos que las demás están en verde y vacías, pero nuestro criterio inteligente es vencido por la inercia zombi de nuestro automatismo. Vamos a nuestra bola y nuestro automatismo nos engaña, nuestro inconsciente instinto de pertenencia nos puede y nos lleva hacia el grupo, aunque en este contexto el grupo signifique escoger la peor opción. Este es el mecanismo de poder de toda identidad. Todos reconocemos este momento zombi en el que nos asombra que nuestro cuerpo no nos obedezca, porque es justo cuando la copiloto nos suelta una colleja. Así aprendemos que el mimetismo nos puede convertir en idiotas pero, y esto es más terrible, también podemos ser malvados por ser unos copiones.

Porque hay también un mimetismo inteligente, frío, calculador e inmoral. El zombie es elemental y tonto, pero son sinceros y no engañan a nadie sobre su condición. De hecho, no se puede decir que sean malos, su comportamiento es idiota pero espontáneo, simplemente son fieles a su propia naturaleza. La colleja que nos llevamos es totalmente inmerecida. En cambio, la despersonalización de los ultracuerpos es interesada, ambiciosa y consciente. El ultracuerpo se deshumaniza porque es premiado. Ellos no tienen ninguna excusa y sí que se merecen una buena colleja.

Los ultracuerpos cinematográficos son unos monstruos que aparentan tener sólo conciencia colectiva y ni un ápice de individualidad, pero no son tontos ni tan generosos y entregados como pretenden, porque aunque su fidelidad primera sea siempre hacia los miembros del grupo lo es porque les garantiza un beneficio individual. Estos grupos forman auténticas plagas humanas que se infiltran en puestos estratégicos de la sociedad para servir a su identidad y a sí mismos. Poco a poco se van adueñando del ambiente para parasitarlo. Al final, con su comportamiento sectario consiguen interferir en el comportamiento democrático de las instituciones y dinamitar la igualdad de derechos. Hasta que tu sociedad deja de ser lo que era.

Que nadie vea aquí una paranoia antisemita, es justamente lo contrario. Aunque los judíos son la identidad por excelencia, y ha sido con ellos con quienes se ha pretendido y se pretende personificar esta narrativa, hay que reconocer a los judios  que no son unos pesados y no hacen apostolado a base de tariscos como los zombis ni buscan replicarte como los ultracuerpos. Al revés, lo habitual ha sido que ellos ejercieran de chivos expiatorios, el humo tras el que se ocultaban los nazis para realmente usurpar la sociedad. Igual que el franquismo es la excusa que sirve al progresismo o España a los nacionalismos para hacer exactamente lo mismo. Básicamente, cualquier grupo que no sea rigurosamente humanista termina funcionando como un organismo que sólo busca su supervivencia (aunque también el humanismo puede servir de excusa para comportamientos sectarios, pero eso ya es otra historia).

Esta realidad de las sectas la expresan muy bien todas esas pelis de ciencia ficción en las que hay una invasión alienígena sigilosa. Poco a poco y de forma callada, todos los miembros de la sociedad van siendo sustituidos sin que nadie se dé cuenta, salvo el primer paranoico que inevitablemente muere incomprendido y el protagonista que termina confirmando la terrible realidad. Y no le queda otra que huir perseguido por “el pueblo”, un pueblo feliz y que sonríe, pero que te quiere linchar porque no acepta que nadie ponga en entredicho su sistema de vida colectivo. Así son de inseguros.

Para la interpretación de lo que aquí ocurre es más eficaz una película de ciencia ficción que cualquier ensayo. Es lo que hay, para entender lo que ocurre en tu entorno intentas buscar explicaciones en los grandes ensayos, en las películas clásicas del cine, pero no, tu realidad ha sido sustituida por una película de serie B.

Hay muchas películas con esta estructura de invasión sigilosa: El día de los Trifidos, El pueblo de los malditos, Vinieron del espacio Exterior, Gremlins, Los Chicos del Maiz, las tres películas del Dr. Quatermass, Hidden, y muchas destinadas a jovencitos salidos que transcurren en campus universitarios. De todas ellas La Invasión de los Ultracuerpos es mi favorita.

La primera versión, La Invasión de los Ladrones de Cuerpos, se rodó en plena guerra fría para combatir la contaminación ideológica comunista, aunque sin darse cuenta terminó retratando el ambiente paranoico de la época en Estados Unidos. A mí me gusta más la versión de 1978, descargada de idelogía, porque es identidad pura y más fiel al enfrentamiento elemental, gregarismo o individualismo, o Ellos o un Nosotros que permite el Yo.

Es una película que pone a la audiencia en una posición de superioridad con respecto a los protagonistas que están siendo invadidos y no se enteran. El resultado es la sensación de impotencia del espectador y la paranoia de los protagonistas más audaces. “Cualquiera puede ser tu enemigo”. La identificación con el protagonista nos hace experimentar su manía persecutoria, la terrible marginación, y su dilema entre moral y pertenencia.

 La Invasión de los Ultracuerpos es la película que mejor ha sabido captar mi relación con un entorno podrido que ha sido el mío. Un lugar que aparenta ser feliz, pero en el que la vida ha quedado nosotreada y reducida a una experiencia ridícula. Recuerdo que todo empezó cuando lo más granado del establoshment y la colección de aparachiquis que mariposeaban a su alrededor se reunieron en un choco de Baquio, un espacio redundante. Lo hicieron en el más absoluto de los secretos, conscientes de su condición de elite y de la importancia que la reunión iba a tener para consolidarla en el futuro. El Establoshment es al establishment lo que Marijaia a la Reina de Inglaterra. Por eso, mientras a unos se les les dispara el meñique cuando cogen una copa los otros eructan ostentosamente, pero, no se equivoquen, ambos gestos son la exteriorización de los codígos respectivos de una pertenencia que se sabe privilegiada. Baquio era por aquel entonces el Wansee del Partido. Aquel día, entre cazuelas de cobre y lauburus de madera barata, se decidió una nueva forma de apostolado bastante más maquiavélica que los contagios de un zombi. El plan era sencillo: “Vamos a modificar la idea que la gente tiene de sí misma modificando los usos sociales y los signos externos del Nosotros”.

A partir de aquel día a todos los hogares del país empezaron a llegar una extraña remesa de vainas de Baquio, producidas en un laboratorio del partido bautizado como “El Caserío”. Las vainas no sabían a nada, pero si uno se descuidaba y se quedaba dormido, se le labelizaba el alma.

* El bogmaster da fe de que este comienzo está escrito semanas antes de que supiéramos que el afamado juez de Vigilancia Penitenciaria recurría al Rincón del vago para redactar sus autos.