Dos varas de medir

Tengo una predilección por esta foto, que muestra a dos de los personajes más notorios de la transición en el periodo constituyente. El entonces presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne, presentó una conferencia de Santiago Carrillo Solares, secretario general del Partido Comunista. Fue un acto simbólico de gran importancia, protagonizado por dos hombres que tuvieron un gran papel en la Transición: Fraga, al encarrilar a la derecha franquista por la vereda constitucional y Carrillo, al hacer lo propio con la izquierda.

«El conferenciante que les voy a presentar», dijo Fraga, «es un comunista de tomo y lomo». Una semana antes de la aprobación de la Ley, las dos Españas se habían amnistiado mutuamente. Fraga perdonó a Carrillo lo de Paracuellos y Carrillo a Fraga haber estado en el Consejo de Ministros en el que se firmó el enterado de la pena de muerte contra Julián Grimau. De paso, quizá aprovechó para perdonarse a sí mismo lo de Grimau. A uno es en esta foto donde más le gustan estos dos hombres.

Probablemente, la transición, ese difícil encaje de bolillos que tuvo como artífice a Adolfo Suárez, no hubiera sido posible sin estos hombres, sin su risa en esta foto. Fraga, ex ministro de la dictadura y el dirigente comunista, habían tomado partido por la convivencia democrática y por administrar económicamente los olvidos. Fraga se mantuvo en ello. Carrillo sintió reverdecer viejos laureles al hilo de la memoria histórica y arruinó lo mejor de su biografía: la política de Reconciliación Nacional. Como dijo Tertsch, con cruel recordatorio: alguien lo convenció de que sus diez minutos de gloria estaban en Paracuellos del Jarama.

Un hombre es muchos hombres a lo largo de una vida larga. Por eso es difícil acotar su existencia a unos años o un determinado momento de su biografía. Ayer, la televisión pública vasca, ETB, trató  en su tertulia las defunciones de dos hombres fallecidos con un día de diferencia. El sábado murió en San Sebastián, José Luis Alvarez Enparanza, ‘Txillardegi’, que en 1958 fue uno de los cuatro fundadores de la organización terrorista ETA (junto a José Mª Benito del Valle y Julen Madariaga, entre otros). El domingo lo hacía en Madrid Manuel Fraga Iribarne.

En la tertulia participa habitualmente la presidenta de la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Garbiñe Biurrun. La juez, que acudió el año pasado a la presentación de Sortu en Bilbao, acto que corrió a cargo del abogado Iñigo Iruin y Rufi Etxeberria, se manifestó al término del acto “muy ilusionada y muy contenta”, abrazó cariñosamente a Iruin y opinó que “los estatutos son impecables” y acordes en espíritu y letra a la Ley de Partidos. Y todo sin conocerlos en detalle, porqueaún no se habían dado a conocer; a ella le bastó el resumen del ponente.  ¿Qué es fe? Creer lo que no vimos. Eso sí que es un uso alternativo del Derecho. Jueces que no atienden tanto a los hechos como a las intenciones. ¿Y cómo se pueden verificar éstas? Por confesión de parte: nos basta su palabra.

Ayer, la juez Garbiñe Biurrun dijo que Txillardegi había sido «un grandísimo intelectual, un grandísimo lingüista y un grandísimo político». No cabía en su balance que también había sido el animador de una organización que ha asesinado a 858 personas. Sin embargo, apenas cinco minutos después, tronó severa contra Fraga, ministro de Gobernación cuando la Policía Armada mató a cinco huelguistas en Vitoria y cuando unos ultraderechistas asesinaron a dos personas en Montejurra. «No ha sido capaz de reconocer el daño causado ni de pedir perdón», sentenció Biurrun, que también se refirió a la condición de doctor Jeckyll y mister Hyde de Manuel Fraga:

«Yo no veo mucho mister Hyde, veo más doctor Jeckyll», dijo, sin tener en cuenta que Jeckyll era la personalidad apacible de la criatura de Stevenson, que el monstruo era mister Hyde.

Así está el tema. El domingo, el País había publicado un hermoso obituario del lingüista y literato firmado por el presidente de Euskaltzaindia. Ni una palabra de su condición de fundador de ETA, ni una palabra de su militancia en Herri Batasuna, a la que perteneció hasta 1998, año en el que ETA perpetró su asesinato número 800, una cifra redonda. Cabe preguntarse si se le hubiera dedicado tanto espacio si en su biografía no estuviera ese pequeño detalle que el presidente de la Academia de la Lengua Vasca no cita, seguramente por pudor.