¿Podría ser peor?

Escribíamos ayer, vale decir hace un par de semanas y con permiso de Fray Luis que “el doctor Sánchez todo lo que toca lo emputece”, a ver por qué se iba a librar del principio general la Abogacía del Estado, que habiendo calificado los hechos del golpismo como rebelión el 6 de agosto, pasó a rebajar la acusación a sedición y malversación menos de tres meses después. El lápiz rojo del Gobierno tachó 23 veces la palabra violencia en el escrito original. Además se usó el truqui de considerar que la malversación fue un instrumento de la sedición y quedaba por tanto reducida a una sola pena de dos años y no penas.

El resultado es que las penas se quedan en casi la mitad según la Abogacía. Los 25 años que pide la Fiscalía a Junqueras se quedan en 12 con el nuevo criterio de la Abogacía del Estado. La oferta no ha conmovido a los justiciables.¿A quien se le ocurre? A un Gobierno que tiene como cabeza al doctor Sánchez y como cuerpo a una buena señora que negaba el viernes que el presidente hubiera calificado nunca los hechos de rebelión. Un periodista le hizo la cita exacta, le precisó la fecha y la vicecalvo dijo con un remango y una desfachatez insuperables: “En mayo no era presidente del Gobierno”. A ver, Borrell, Marlaska, ¿no les come a ustedes la vergüenza? Claro que ustedes ya sabían a lo que venían. La cocinera antes que fraila, había atribuido a Leonardo da Vinci una frase de Víctor Hugo cuando el procesado Chaves se la encalomó a Zapatero como ministra de Cultura y expresó su deseo de “que la Unesco legisle para todos los planetas”. Una número 2 adecuada para un número 1 que calificó a Soria como “ciudad natal de Antonio Machado”.

No hay que descartar la posibilidad de que el método Calvo se extienda a otros supuestos: la Abogacía del Estado no era aún abogacía cuando veía en el tema rebelión. Ella ha eximido a los gobernantes de cumplir sus programas electorales para siempre: “Es verdad que lo prometió, pero entonces no era presidente del Gobierno”.

Una amiga mía, vencida por la vergüenza, expresaba su deseo de ser portuguesa y la confesión me hizo evocar una anécdota inversa, la del gran Eça de Queiroz en los últimos años de su vida en los que ejerció de cónsul en París. Un día, en que viajaba junto a un compañero en tranvía, fue interpelado por una mujer que no les quitaba ojo. “Perdonen, pero acabo de oírles hablar con el revisor en un francés perfecto, pero hablan entre ustedes un idioma que no identifico. ¿Son ustedes españoles?”. “Ay, señora”, respondió el novelista. “Peor todavía; portugueses”. Claro que esto lo dijo muchos años antes de que pudiera conocer al doctor Sánchez. Él, que fue capaz de imaginar la infamia del conde Abraños y a su escudero Zagalo, no pudo concebir al par Sánchez-Calvo. Los portugueses tienen un Gobierno socialista y de presidente al líder del PSP, António Costa. ¿Igual que aquí? En absoluto. Costa es un socialista veraz y decente; no tuvo necesidad de plagiar su tesis porque solo es licenciado, pero articuló una coalición de Gobierno en la que embridó al Partido Comunista y al radical Bloque de Izquierda, partidos a la izquierda del socialismo. Todo al revés que nuestro doctor Fraude. ¿Quién no querría ser portugués en estos tiempos? Ay, señora, peor todavía: español.

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